trae a cuenta al detective Francis Kerrigan para resolver un caso abierto once años antes de tomar él cartas en el asunto. Y de eso mismo se trata el indicio clave: una carta. Una pequeña niña había sido secuestrada por un extraño hombre a través de un inocente engaño a una humilde familia inmigrante a Nueva York. El policía que comienza con la investigación en lo inmediato, luego de un trabajo metódico de once años, muere y el caso, sin entusiasmo, le pasa a Jane Boardman, una colega. Kerrigan, amigo de la agente y a punto de irse de viaje, decide ayudarla. Juntos, Kerrigan y Boardman toman la posta y emprenden la nueva investigación. Cuando revisan los papeles heredados, descubren una carta del secuestrador a la familia que va a determinar, de alguna manera, el curso de la investigación. Mejor dicho, no es la carta en sí la revelación sino su continente, el sobre con membrete de una pastelería de Nueva York.
El teniente Karrigan es el detective fetiche –cosa habitual en el policial- de Joseph Harrington que, siguiendo con una de las vertientes clásicas del género, es de los que relevan los datos empíricos más que los lógicos. Pero en su ser, se trata de una obstinación formidable. Es capaz de revisar treinta veces una prueba, esperar 72 hs. en un escritorio que aparezca un insignificante elemento que le llame la atención, entrevistar a todos los vecinos, los vecinos de los vecinos, los vecinos de los vecinos de los vecinos que puedan haber sido testigos del instante en que se echó la carta delatora al buzón.
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Harrington, J.
El último timbre [LB]. -- Buenos Aires : Emecé, 1971. -- El último timbre / Harrington, J.
trae a cuenta al detective Francis Kerrigan para resolver un caso abierto once años antes de tomar él cartas en el asunto. Y de eso mismo se trata el indicio clave: una carta. Una pequeña niña había sido secuestrada por un extraño hombre a través de un inocente engaño a una humilde familia inmigrante a Nueva York. El policía que comienza con la investigación en lo inmediato, luego de un trabajo metódico de once años, muere y el caso, sin entusiasmo, le pasa a Jane Boardman, una colega. Kerrigan, amigo de la agente y a punto de irse de viaje, decide ayudarla. Juntos, Kerrigan y Boardman toman la posta y emprenden la nueva investigación. Cuando revisan los papeles heredados, descubren una carta del secuestrador a la familia que va a determinar, de alguna manera, el curso de la investigación. Mejor dicho, no es la carta en sí la revelación sino su continente, el sobre con membrete de una pastelería de Nueva York.
El teniente Karrigan es el detective fetiche –cosa habitual en el policial- de Joseph Harrington que, siguiendo con una de las vertientes clásicas del género, es de los que relevan los datos empíricos más que los lógicos. Pero en su ser, se trata de una obstinación formidable. Es capaz de revisar treinta veces una prueba, esperar 72 hs. en un escritorio que aparezca un insignificante elemento que le llame la atención, entrevistar a todos los vecinos, los vecinos de los vecinos, los vecinos de los vecinos de los vecinos que puedan haber sido testigos del instante en que se echó la carta delatora al buzón.